La frustración es definida como la sensación de impotencia sufrida ante cualquier
obstáculo que dificulta alcanzar una meta. La forma en que se percibe esta frustración es
lo que va a determinar la manera de reaccionar ante ella.
Hablamos de baja tolerancia cuando el niño no soporta que sus deseos no sean
satisfechos inmediatamente y en consecuencia reacciona con ira, agresividad o
retraimiento.
Un nivel moderado se considera necesario para la formación del carácter de cara a un
desarrollo emocional saludable. A medida que crece debe aprender estrategias para
manejar las dificultades y obstáculos que se le presentan; por ejemplo, ser capaz de
esperar cuando se le requiera, de respetar los turnos en una fila o de sobreponerse
cuando algo no sale como esperaba. Resulta fundamental ayudarle a comprender,
además, que ciertas cosas están fuera de su alcance.
En el proceso intervienen factores biológicos, de la personalidad y del entorno familiar,
que influyen en la capacidad propia de cada uno. Por ejemplo, los niños impulsivos
suelen requerir un esfuerzo mayor.
Mucha gente piensa que se nace con la tolerancia a la frustración y que nada puede hacerse para obtenerla. Este es un concepto mal entendido, ya que la habilidad para la tolerancia a la frustración puede ser desarrollada aumentando la exposición a situaciones frustrantes y entendiendo que uno puede soportarla y que no es “terrible” experimentar molestia. Por ejemplo, cuando los bebés no son alimentados inmediatamente cuando lloran o cambiamos al momento que orinan, entonces aprenden que la gratificación no es siempre inmediata y como consecuencia a tolerar mayores retrasos entre deseo y gratificación del deseo. Cuando un padre corre a darle al niño inmediatamente lo que demanda, está realmente interfiriendo con un proceso de aprendizaje muy importante que es aprender a retrasar la gratificación tolerando la frustración.
En general, los niños con baja tolerancia a la frustración presentan:
- Tienen dificultades para controlar las emociones.
- Son más impulsivos e impacientes.
- Buscan satisfacer sus necesidades de forma inmediata, por lo que, cuando deben enfrentarse a la espera o postergación de sus necesidades, pueden tener rabietas y llanto fácil.
- Son exigentes.
- Pueden desarrollar, con más facilidad que otros niños, cuadros de ansiedad o depresión ante conflictos o dificultades mayores.
- Creen que todo gira a su alrededor y que lo merecen todo, por lo que sienten cualquier límite como injusto ya que va contra sus deseos. Les cuesta comprender por qué no se les da todo lo que quieren.
- Tienen una baja capacidad de flexibilidad y adaptabilidad.
- Manifiestan una tendencia a pensar de forma radical: algo es blanco o negro, no hay punto intermedio.

Estrategias de Intervención:
- Enséñele a identificar el sentimiento de frustración cuando aparezca. “¿Mateo ya te diste cuenta que cuando algo no te gusta reaccionas tirando cosas?”
- Indique al niño cuando debemos pedir ayuda y buscar sus propias soluciones: Debemos enseñarle al niño primero a buscar la solución. Decirle que cuando no sepa que más hacer frente a un problema pida ayuda. Por ejemplo si el niño está pintando y se frustra por que no le ha salido bien el dibujo intervenir adelantándose a que evite la frustración: “¿Qué podrías hacer en lugar de molestarte o abandonarlo?”
- Permitir resolver los problemas por sí mismo: Muchos padres, con tal de no ver a su hijo llorar o enfadarse, terminan resolviéndolo por ellos. No haga por su hijo lo que él sea capaz de hacer solo.
- Evitar al máximo la sobreprotección, puesto que genera en el niño un sentimiento de minusvalía que va afectar su nivel de autoestima.
- Entrenar la atención: Por medio de juegos o trabajos manuales, permita que su hijo practique con el foco atencional hasta que termine la actividad. Empiece con actividades cortas, e incremente gradualmente el tiempo necesario para concluir hasta que pueda terminar un proyecto de mayor duración.
- Reforzar las acciones apropiadas: Tener establecido un sistema de premios y castigos es fundamental. Debe enfrentarse a las consecuencias de su conducta; por ejemplo, si ha tirado los juguetes, recogerlos y guardarlos otra vez.
- Insistir en el cumplimiento de las tareas: Cuando quiera darse por vencido, anímele a proseguir.
- Permitir que se equivoque: Es importante que no vea los errores como motivo para rendirse. La exigencia excesiva puede redundar en un perfeccionismo innecesario. Además, puede internalizar que el cariño de sus padres depende exclusivamente de su rendimiento.
- Reconocer el esfuerzo: El producto final no tiene por qué ser tan importante como la disciplina de haber invertido tiempo y esfuerzo para terminarlo bien. Cuando valora su trabajo, ayuda a su hijo a construir hábitos de perseverancia y esfuerzo. La meta se alcanza mediante pequeños pasos, aprendizaje del que pueden beneficiarse.
- Poner límites: Aportan seguridad, confianza y disciplina, además de ayudar al niño a autorregularse. Son marcos de referencia que facilitan la convivencia con los demás.
- Estimular la creatividad para que se convierta en un elemento determinante para el afrontamiento de los problemas.
Pues en mi experiencia dando terapia a niños, cualquier intervención es inútil si los padres siguen dándole todo al niño. La intervención con el niño es innecesaria, sin embargo, una vez se enseña a los padres a establecer límites, castigos y recomienzas adecuadas.
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